Como Eneas cargo al ser del que soy responsable, sobre mis espaldas.
A él, Anquises le complicaba el andar.
A mí, soy yo mismo quien lo complica.
Este cococho metafórico que viene a ser un peso abrasivo, una carga insoportable, supongo que es una condición aceptada al nacer, pero ¿qué sabía yo de mis miedos y estupideces y euforias? Trasladarme es algo con lo que no contaba.
Al partir veo en la sombra, que me cargo en mis espaldas como un sol que me castiga, y sé de antemano que el camino será doblemente agotador.
En su -¿o corresponderá decir mi?- salvaje egoísmo se cuelga del cuello para frenar mi paso, o se inclina hacia adelante apurando el caminar. Pretende no ser el viajero, el trasladado, sino el timonel que navega con sus verbos de proa más irritantes.
Me grita sus órdenes, caprichos y sospechas.
Me detiene de golpe frente a la casa de Rosita -su nombre es Sandra pero él insiste en llamarla Rosita- aunque aprendí a disimular el movimiento, para que Sandra no me vea detenido en su puerta. Yo odio a Sandra y él ama a Rosita.
En los domingos más tristes de otoño, a eso de las seis de la tarde tengo que salir para que mire la casa de Rosita y la llame a los gritos como si fuera escuchado. Solo mis oídos lo perciben, pero él nunca lo supo o no le importa.
Creo que desea mi muerte porque yo eché a Sandra de mi vida, cuando supe que me engañaba con otro. Él vive perdonando a su Rosita, y lo seguirá haciendo hasta que un día yo no sienta más su peso y deduzca su muerte.
Ese día, lo desprenderé de mí y quedará a un costado mientras que algún alter ego, menos melancólico que yo, me cargue sobre sí, creyendo poder llevarme mansamente.
Y le dará otro nombre a Sandra.
16 ene 2008
Egoda
Como Eneas escapo de un mundo.
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