Tan volátil y suspendido en una vida como su pollera blanca, ese recuerdo de dos alas gimiendo impacientes en la memoria del mundo. ¿Por qué esa pollera, y especialmente ese pómulo, se derraman en mí como yo me he derramado en ella? de la misma manera líquida y blanca, aunque el dolor se resbale como esa pollera entre el viento que la lame y mis manos que la perdonan.
Todo ha sido dicho en la pollera blanca de ese día: No me mientas, no me alcances, no alces tu piel hasta mí, porque tiemblo en la cuchara de ese café o en las murgas de trashumantes que quitan la paz del paseo. No me niegues, ni me señales, las polleras adoramos al silencio y a las ventanas que dan a la ochava, como Amor, que se abandona en lo inexplicable, en lo que está fuera del símbolo y la palabra, como puede ser un dedo, una lengua o una lágrima.
Nunca vi una lágrima, solo la pollera donde desaguan todas las lágrimas del mundo para que las absorba la luna y las preñe con las tristezas más blancas.Esa pollera es el enigma y la boca de una presencia que muerde otro nombre. No hay más pollera que su pollera, no hay más animal que su pollera, no hay más aliento que su pollera, no hay más repetición que su pollera. Un eco de melancolía enhebrado en el deseo, como un disparo nocturno y lejano.
Dejemos a un lado los motivos, esa pollera me envuelve, redondea mis aristas hasta quitar asperezas y dejarme como una gota de la mañana, o acaso un rocío lunar sobre el trébol.
Sus ojos me contemplan desde la trama de la tela, invisibles, sensuales. La pollera blanca la esconde y la denuncia, la carga con su ondular y sus imprecisiones. Va, viene, vuelve a irse, como un mar que amenaza con su desaparición. Esas mareas arbitrarias abandonan en la playa sus cejas, mis arrugas, el nombre de la empresa en donde trabaja, la remera amarilla, los pies descalzos, el abrazo en el Parque, el beso que mató a la tarde, la médula mordida en la cama.
Ay, mi corazón ignorante de polleras, sólo sabe de atracción o rechazo. De pollera vestida o caída a los pies, beligerante o rendida, y no percibe que la pollera blanca también sea ella, vestida o desnuda sin dejar de ser la pollera blanca. Nunca fue otra cosa: hilos de luna, nieve tramada, hebras de espuma, leche animal.
La miro en mi memoria como un objeto desvanecido, necesitado de una percha que la sostenga, pero no me engaña. Me aproximo a ella, rozo las yemas de mis dedos contra el género que permite a mi timidez tocarla. No me alcances, me dice. No llegues hasta mí, me dice, y mide sus palabras, porque soy las velas de un barco y marcharé sin horario y zarparé del puerto de tu mirada. Me dice. Como dicen todos los vestidos blancos con esa voz inocente por decir: te advertí. Y entonces la miro por última vez en mi memoria, pero será la primera de las últimas, la última primera, una imagen agitada de las pausadas olas del amor. Me escondo para que no pueda despedirse. Alegre por encontrar la travesura, me escondo. Me escondo detrás de mis párpados al cerrar los ojos, como cuando era feliz y esperaba que alguien me salpicara para abrirlos y reír, pero ahora aprieto con fuerza los párpados como a esta lapicera con la que garabateo las anotaciones, y tiemblo porque temo que al dejar esta escritura desaparezca la pollera blanca o desaparezca ella.
10 feb 2008
La Pollera Blanca
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1 comentarios:
sos vos...seguís ahi...transparente...nunca nos despedimos ni lo haremos. sólo una pregunta, por favor, ¿por qué te fuiste?
te extraño tanto
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