Me voy al balcón. La calle está tan desamparada como siempre, no es una calle como en otros barrios, por lo pronto no tiene árboles en las veredas. Hace poco plantaron algunos pero aún son chicos y no tapan la visión de las puertas vecinas. No sé si sobrevivirán.
Es inevitable que a pesar del calor, tome mate. En el balcón corre algo de aire y un barullo impreciso, ambiguo. Algún grito de adolescente virirl, algún motor. Un grupo de cinco personas se pusieron a discutir justo enfrente. No sé ciertamente si discuten. Amagan una pelea pero parece que están de bromas. Dos muchachos, y una chica con pantaloncitos de jean se van y amenazan a los otros dos, una chica de pollera oscura y un tipo que carga en el hombro un estuche de guitarra. Ahora lo reconozco, es el desconocido de enfrente. Entra a su casa con la chica de la pollera oscura y no sucede nada más. Seguro están calientes y descargarán entre sí los besos más venenosos.
Todavía falta mucho para que canten los gallos que viven en la casa de los empleados del ferrocarril. Todavía falta. La KSK no funciona, pongo la Metro pero el ruido a chatarra en bolsa que pasan a esta hora me enferma, parece cuando pasan los camiones sin tener en cuenta el lomo de burro y sacuden todos los fierros del acoplado. Que curioso, vuelven los tres que parecían pelearse, traen botellas de Coca, seguro van a la casa del desconocido. No, ni en pedo. Siguieron de largo y se sentaron en el umbral de la clínica. Ahora se levantan y se pierden a mi vista pero los escucho. De la casa de al lado del desconocido sale una mujer -lindo cuerpo- no sé quien es, parece que el encame le duró poco y encima ni la acompañan a la puerta. Hay amores tristes. Yo sigo en el balcón pero ahora estoy acostado en una reposera, veo como la constelación de Orión deja el cenit y se descuelga hacia el oeste. La chica de pollera oscura y el desconocido de la guitarra, que yo ya los creía en éxtasis amoroso, salen y se juntan con los otros. No los veo, los escucho. La otra, la que se tuvo ir de apuro a buscar un taxi, en realidad vuelve del kiosko de la estación, supongo, con una botella de agua mineral en la mano. ¡Qué vida sórdida la de esa mina! y la de los otros también. Sigo sin sueño y aburrido, menos mal que no estoy frente a la compu sino hasta sería capaz de escribir todo esto, con tal de que pasen las horas de esta noche sofocante.
9 ene 2008
Sórdida
Es tarde, como las dos y media. Hace mucho calor. Si no fuera porque escuché esta palabra durante todo el día, diría insoportable. Recién terminé de escribir un fragmento que me gustó mucho, desde hacía tiempo que no me sentía así y ahora no puedo dormir, el calor, la alegría, las tristezas, y en especial este remolino que nos agita.
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