16 dic 2008

Filacteria

Este es otro martes que nace domingo, demasiado rígido para caerse rumbas abajo, y poco desintegrado como para decir que ya no importa.
Las paredes del olvido siempre se ven desde afuera, dan a la Calle de las Huertas, en cambio las que se ven desde adentro se hinchan como de fiebre hasta dejar un corredor estrecho y caliente. Los ladrillos avanzan ciegos, y los nombres caen en la cesta de la guillotina. El trac es certero, pero inútil. Las muecas son atroces y en su silencio nos dicen el más célebre de los secretos prohibidos: Ya no. El verdugo angustiado se escapó por entre los listones del cadalso.

Iluminan la noche, las lunas de prozac disfrazadas de ángeles. Llegan en manada al baile de los desfigurados y se contorsionan en menguantes emplumados. La memoria le cubre con peluca larga y negra su craneo estéril y teje una barba para él. Nadie será reconocido en la cama y fumarán a escondidas, tomarán sus vitaminas, y se creeran fantasmas con materia amable.

Llamé por el nombre al ángel más carnal y sensual para jugar a los mármoles que cobran vida y ahora somos martes soñando viernes. La sensatez del desamor o el amor de los ojos abiertos empacó las sábanas, sobre una vida tendió otra, estiró las esquinas, limpió de miguitas y lamparones del verbo.

A esta flor nueva no hace falta hablarle, nada más puro que los ojos de una flor ni tan crueles, como los peldaños hacia la belleza. Talisman de saliva que se esparce por mi boca y mis raíces, los pétalos se abren húmedos para lubricar el corazón desgastado. Otra muerte perfumada se aproxima en otra vida.

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