24 feb 2008

La Ruptura

Yo supe esperarte. De eso estoy convencido. No fue esa la causa de no encontrarnos. Abandoné la extraña devoción por el reloj, el calendario y los apuros. Dejé de regar los minutos, hasta permitir que mi indiferencia los secara.
Todos me decían que eso era una locura, que el tiempo valía oro y que no debía malgastarse, ni ser tomado a la ligera, pero yo quería esperarte, para sentir tu amor o tu rechazo -ojala fuera para sentir tu amor-

Me repitieron que si no hubiera tiempo, la muerte no sería dramática, los acontecimientos, una serie de prolijidades impulsivas y los chicos -por ejemplo- no podrían trepar a los árboles de la casona de los Salcedo porque cualquier traslado o transformación exige tiempo.
Podría ser verdad, pensé, pero yo no quería construir bolsones de ansiedad y continúe en mi descabellada idea.

Te repito: yo supe esperarte.
Fui olvidando elementos hasta que un día, el número 10 me resultó idéntico a 8 o al 3, no sé. Perder esa diferencia me ayudó mucho porque ya no podría numerar ni siquiera las vueltas dadas a la plaza, o la cantidad de cigarrillos fumados, o la diferencia estructural entre una ameba y cuadrúpedo. En esa misma deconstrucción de orden en lo temporal, sucedió que si el uno era como el mil, vos eras como todas, o todas eran vos. Entonces esperarte se me hizo muy fácil, te veía continuamente y la demora solo alimentaba el deseo de que me reconocieras.

"Ojo, no se juega con el tiempo porque Dios no lo permite". Ellos, muchas veces, vinieron a decirme: Ojo, no se juega con el tiempo, porque Dios no lo permite

Meter a Dios, entre vos y yo me pareció la máscara de una amenaza. Creo que nadie puede enojarse porque te espere y mucho menos si busco disminuir la angustia de que no llegues. No hay derecho, me dije, y seguí con la conducta de no reconocer al tiempo, ni a los números que lo simbolizan, ni los presuntos mandatos divinos.

Pero ahora están todos ellos en mi puerta. Llegaron cuando el sol comenzó a ponerse gris y el cielo, inmóvil.

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