Sali a la calle por última vez. Miré la luna e hice fondo blanco.
Unos segundos después del cuidadoso primer paso me llamó el eclipse en órbita a la puerta de la morocha del barrio, y me regaló una pasión sin cuerpo.
Entendí que los destellos y los conos de sombra tapaban mi voz, y me fui llevándome conmigo, tomados de la tristeza a caminar por el Pont Neuf.
Ya sé que Villa Urquiza no tiene esos puentes, pero es inevitable que los cruce para pedir deseos imposibles y ver mi imagen sobre el agua ahogándose en la superficie.
El maleficio de los eclipses me obliga a soñar con premura antes de que la oscuridad se robe mi bolso. La miel negra de quiensabequien me deja su sombra prosódica ilustrada con acentos antiguos. ¿Quién puede cambiar un acento, con manos monocordes?
Extraño la Cruz del Sur y su concurrida lejanía, los atados de Camel, el buen decir sitiado por las botellas de vino y la procaz sutileza de la mirada, y el derrumbe propuesto por los brazos de Celeste cuando llegaba hasta mí.
Estas situaciones creí vivir y nunca sucedieron, solamente porque no conocés mi nombre, aunque puedas ver las marcas.
Tal vez el destino -ese infierno idiota- no sepa de nosotros y sus relojes se paralicen de miedo al ver el eclipse...
Unos segundos después del cuidadoso primer paso me llamó el eclipse en órbita a la puerta de la morocha del barrio, y me regaló una pasión sin cuerpo.
Entendí que los destellos y los conos de sombra tapaban mi voz, y me fui llevándome conmigo, tomados de la tristeza a caminar por el Pont Neuf.
Ya sé que Villa Urquiza no tiene esos puentes, pero es inevitable que los cruce para pedir deseos imposibles y ver mi imagen sobre el agua ahogándose en la superficie.
El maleficio de los eclipses me obliga a soñar con premura antes de que la oscuridad se robe mi bolso. La miel negra de quiensabequien me deja su sombra prosódica ilustrada con acentos antiguos. ¿Quién puede cambiar un acento, con manos monocordes?
Extraño la Cruz del Sur y su concurrida lejanía, los atados de Camel, el buen decir sitiado por las botellas de vino y la procaz sutileza de la mirada, y el derrumbe propuesto por los brazos de Celeste cuando llegaba hasta mí.
Estas situaciones creí vivir y nunca sucedieron, solamente porque no conocés mi nombre, aunque puedas ver las marcas.
Tal vez el destino -ese infierno idiota- no sepa de nosotros y sus relojes se paralicen de miedo al ver el eclipse...
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