11 abr 2008

Onírica

Todas las mañanas a las seis en punto le madruga la simpatía y golpea suavemente el hombro para recordarse a sí misma. Al alma debe darle unos martillazos porque es más dormilona. Entonces ella abre los ojos. Recuerda tener manos, pulmones (la tos se lo recuerda) siente que la frente es arrastrada hacia abajo por el peso de la nariz y cuando nota que tiene dientes decide lavarlos y se levanta.
Recién en el baño se recuerda completa y percibe que tiene huesos. Se toca, se palpa y confirma la visión. Después camina hasta la puerta y se asegura haber despertado en el domicilio correcto. Escapar del mundo de los espejismos la alienta. Se siente valiente y temeraria.
Durante la vigilia se cree más afortunada que en el sueño. Sabe que de morir en esos instantes, se convertiría en una paria. Dice: Sin que nadie presencie la fatalidad no hay fatalidad, se lo dice ella misma y por eso escribe en la palma de la mano -antes de dormir- su dirección y número de teléfono. Dice que: Hace 15 años le inyectaron sueños ajenos, se lo dice con un poco de angustia y mucha tristeza. Por eso después de tomar un café amargo se saluda contenta de haber vuelto.

Un día en el trabajo creerá que su vigilia es el sueño de otra persona tan aburrida como ella (pero todavía no leyó a Borges y tal vez no lo lea nunca) de hacerlo sufrirá por no tener un domicilio legal mientras sueña.

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